Me siento mal. Mi mente no me deja pensar con claridad. Estoy agotada psicológicamente, pero aún me quedan fuerzas para intentar recordar.

¿Dónde estoy?. Miro a mi alrededor: las cortinas moradas colgando del cajón de la ventana, los zapatos del día anterior tirados en el suelo,mi libro favorito abierto por la página donde lo dejé y mi gato Tafy acostado a mis pies, enroscado como una pequeña bola peluda. Si, estoy en mi habitación. Debí quedarme dormida mientras leía. Es lo último que recuerdo.

Y, esa voz. No recuerdo con claridad de quién procedía. Sé que era producto de mi mente, pero ¿en realidad, en lo más profundo de mi subconsciente, conocía al ser del que emanaba aquella voz? Era tan dulce y masculina. Durante el breve instante que logré captarla, me provocó una extraña sensación de protección. Cómo si una simple voz creada por mi imagiación pudiera salvarme de cualquier peligro al que me expusiera. Qué bobadas.

Pero ahora, aún aturdida por las horas de sueño que había mantenido, viendo la claridad del día a través de mi ventana, recostada en aquella amplia cama, no podía dejar de pensar en la voz. Esa voz.

"Suyay...dicen que después del ocaso siempre, pase lo que pase, sale de nuevo el sol" fueron las palabras que aquella voz pronunció dentro de mi mente. Suyay. Me había llamado por mi nombre, entonces debía de conocerme y, en tal caso, se supone que yo también a él.

"Te encontré". Me susurró a continuación. Esa frase aún me hacía pensar más en la extraña voz.

- Te encontré - Volví a pronunciar en un tono casi audible. Aquellos extraños sueños estaban volviendome loca. Me sentía observada mientras dormía. Y lo peor de todo es que se repiten constantemente. Yo, sola, en el vagón de ese tren, con los asientos color rojo y esa voz que me habla.

De repente sentí un escalofrío que recorria todo mi cuerpo. Hoy tenía que cojer un tren hacía San Francisco, en California. Iba a ver a mi queridisima prima Cloe, como habituaba a hacer cada vez que pillaba unas vacaciones.

- Espero que los asientos de los vagones no sean color rojo- Dije en tono de burla mientras cojía a Tafy y lo abrazaba, despertandolo así de su profundo sueño.

Entonces volví a mirar por mi ventana, con Tafy en mis brazos, y ví que el sol estaba en lo más alto del cielo. El reflejo de sus rayos sobre el mar cubría de luz la habitación. Estaba en la ciudad de San Diego, también de California, dónde vivía desde hace varios años. Pero aunque gran parte de mi jóven vida la había pasado en esta hermosa ciudad, nunca podría decir que había nacido aquí, puesto que no sería cierto.

Mi madre, Grace, y mi padre, Thomas, nacieron en Londres, se conocieron en la universidad mientras preparaban su carrera de historiadores, y se casaron. Después los mandaron juntos de expedición a un pueblecito de África, cuyo nombre no recuerdo. Allí nací yo. Una hermosa niña pelirroja, de tez blanquecina y ojos grandes y verdes. Mi precioso rostro de niña dulce cautivaron al jefe de aquella tribu, al verme recién nacida, por lo que decidió, si mis padres lo permitian, ponerme él el nombre, como hacian con todo los recién nacidos del lugar. Suyay. No está mal. Es exótico y a la vez cautivador.

Pensar en esos recuerdos difuminados me hacían olvidar por momentos mis horribles sueños, que me perseguían constantemente. Pero, por mucho que lo intento, no lo consigo. Siguen ahí, atormentandome.

Solté a Tafy, que estaba utilizando toda su fuerza para desacer el nudo que había formado con mis brazos alrededor de su pequeño cuerpo. ¿Qué hora sería? Me pregunté. Giré la cabeza y miré el reloj de mesa que tenía junto a la lamparita, encima de la mesita de noche. Las nueve y cuarto. Aún tengo tiempo suficiente para darme una ducha fría, que me despejaría de los sueños. Incluso me daría tiempo a pasear por la orilla del mar, como tantas mañanas hacía de camino al trabajo. El tren que me llevaría hacia mi destino no salia hasta las doce y media de la mañana, así que me daría tiempo de hacer suficientes cosas antes de irme. Todo menos la maleta que ya llevaba preparada dos días.

Eché la ropa de la cama hacía atrás, ya tenía calor, y me estiré mientras bostezaba. Puse ambos pies en el suelo, frío y delicado, y me agradó la sensación que produjo en mí. Me dispuse a levantarme, mientras observaba como había dejado la habitación la noche anterior. Era una jaula de leones. Tendría que recogerla si no quería sentir a Grace Olwen, mi madre, pegarme voces durante el rato que estubiera en mi casa.

Ya de pie, me dirigí hacía el enorme espejo que ocupa toda una puerta de mi espacioso armario, y me observé detenidamente. Tenía el pelo enredado y revuelto, debido a la postura que mantenía durmiendo. Mis ojos, grandes y verdes, estaban manchados de negro por la parte inferior, debido al lapiz de ojos que usé la noche anterior y que no había quitado al acostarme. Mi cuerpo seguía siendo tan delgado como siempre, sin una pizca de grasa que sobrara por ninguno de los lados.

Abrí el armario y cogí un chandal rosa que me había comprado hacía unos días, y que aún no habia extrenado, y una camiseta blanca. Iría a correr un poco por la playa antes de ducharme e irme a la estación.

Me dirigí al baño, con la ropa en la mano. Por el pasillo me encontré a mi pequeña hermana, Susan, que iba dispuesta a molestarme.

- Suyay, ¿Ya te has levantado?- Me preguntó con esa voz tan dulce que solían tener los niños de no más de 8 años.

- Pues no me estás viendo, canija.- Respondí de forma un poco grosera. Siempre me estaba incordiando.

- Ya era hora, te va a crecer el trasero como sigas durmiendo de esa manera- Me contestó entre risas mientras salía huyendo.

"Será estúpida" pensé.
Entré al baño y me lavé el rostro. Cojí una goma del pelo, y recogí mis largísimos cabellos rojizos en una coleta. Me puse mi chandal y salí de allí hacía la cocina.

En la cocina se encontraba mi madre, recogiendo algunas de las cosas que mi hermana, al desayunar, había dejado en medio.

- Buenos días- Dije a mi madre mientras me acercaba a ella para darle mi rutinario beso.
- Buenos días, Suyay- Me contestó - ¿Dónde vas tan temprano?.
- Voy a correr un poco por la playa, antes de coger el tren. Llevo varios días sin hacer deporte y así tengo una buena excusa para estrenar mi chandal nuevo.- Dije mientras cogía un par de galletas de la despensa.

- Muy bien, hija, pero desayuna algo más que sólo unas galletas. Estás muy delgada.
- Sabes muy bien, madre, que la comida en ayunas no me sienta para nada bien.
- Si, lo sé. Pero aún así sigo pensando que deberías comer más.
- Madre, como cuanto me apetece, pero no engordo. Y ahora me voy a hacer deporte. Hasta luego.- Dije mientras salía por la puerta de la cocina.
- No me extraña que no engordes, si no paras de hacer deporte...- Me contestó, casi a voces para que yo la escuchara, puesto que ya me encontraba en la entrada de mi casa, dispuesta a salir corriendo.

Corrí varios kilómetros por la orilla de la playa, con la agradable sensación que me producía el viento al rozar con mi piel, con mis cabellos atados con una goma. La playa estaba vacía, ni un solo alma vagando por aquel hermoso paraje natural.

Cuando ya estaba casi de vuelta, mientras corría, con los cascos de mi mp3 en los oidos, escuchando mi música preferida, tuve una sensación muy extraña. Notaba como si alguién a mi alrededor me estuviera observando detenidamente. Miré a mi alrededor, pero no dislumbré a nadie. Entonces seguí corriendo.

Al cabo de unos minutos, mezclado con el sonido de la música que iba escuchando, distingí otra vez aquella voz, la voz que aparecía en mis sueños, que me decía "Suyay, te encontré". Entonces noté como una mano, supuestamente humana, se apoyaba en mi hombro derecho, agarrandolo con fuerza. Por unos instantes se apoderó de mi una sensación de terror incontrolable. Me giré para ver quién o qué había sido aquello, y caí al suelo. Entonces ví que allí no había nadie. Estaba completamente sola en toda la playa. Me vino un ataque de pánico, me estaba volviendo loca. Mi respiración se aceleró hasta el punto de que mis lágrimas salieron solas de las fosas lacrimales, sin poderlas controlar. Y rompí a llorar desconsoladamente.

Había escuhcado de nuevo aquella voz, pero ésta vez había sido real.




Escrito por Zafrii

Comments (1)

On 18 de abril de 2009, 9:43 , Alexandra dijo...

¡me ha encantado!
En serio, tu forma de escribir es mi estilo.
Me gusta el misterio de esa voz.
Sube la continuación ;)