El sol pegaba fuerte en esa época del año en el Amazonas. Era verano. Los hombres se pasaban las horas y las horas trabajando bajo el sol y, las mujeres, mientras, lavaban sus ropajes en el río que recorría la selva que había junto a nuestra aldea. Los niños correteaban por entre sus árboles, huyendo de sus más terribles enemigos. No paraban de jugar. Y yo, Zafrina, hija del jefe de la aldea, pasaba las tardes contemplando la naturaleza que se habría paso ante mí. Me gustaba aislarme del mundo, visitar lugares de la selva que no había visitado antes, y contemplar los hermosos pájaros, los peces, los animales salvajes…

Teníamos la chabola más grande de la selva, y aún así a mi me parecía diminuta. Vivía junto a mis padres. Ellos me habían dado todo lo que tenía, aunque no fuera mucho. Mi madre era la mujer más hermosa que conocía, y la gente de la aldea decía que me parecía mucho a ella. Eso me halagaba. La apreciaba mucho.

Cada mañana al despertar, la tenía junto a mi ventana, mirando a través de ella, y se quedaba allí, quieta, hasta que yo habría los ojos. Yo sabía que nunca estaría sola.

Aún me acuerdo de ella.

Me gustaba la vida que llevaba allí, pero sinceramente, deseaba escapar de aquella pequeña aldea, visitar otros lugares. Ya tenía 20 años y sabía que pronto mi padre entregaría mi mano a algún hijo de un jefe de cualquier aldea próxima. Era ley de vida. Pero, ¿qué podía yo hacer? No podía escapar, sería una deshonra para mi familia.

Entonces, una mañana normal, como cualquiera, me decidí a ir a la parte sur de la selva. Nunca había estado por esa zona, así que no sabía qué podía encontrarme, y eso me gustaba. Los ancianos del pueblo decían que por allí habitaba el mismísimo demonio, por eso nos tenían terminantemente prohibido visitar ese lugar. Los jóvenes más valientes, decididos ha acabar con el mal que habitaba aquellas tierras, jamás habían regresado. Sus cadáveres nunca se han encontrado.

Creo que más que nada, fue la curiosidad lo que me llevó hasta allí. No acababa de creerme que aquellas leyendas fueran ciertas. En realidad no había ido nadie a esas tierras desde hacía años. Y el hecho de que no regresaran jamás, ni se encontraran sus cuerpos, supuestamente sin vida, podría deberse a algún animal salvaje y hambriento que se le cruzara por el camino.

Caminé durante bastante rato, hasta llegar a una pequeña zona de la selva, por donde pasaba el río, y que conducía a una hermosa catarata. Bajo ésta, las aguas se habían quedado estancadas, formando un precioso lago, rodeado por enormes árboles. Aguas cristalinas dejaban entrever perfectamente el fondo de piedras que había bajo ellas. Era el lugar más hermoso que mis ojos hayan podido contemplar.

Pasé largo rato metida en las cálidas aguas del lago, contemplando como el agua rozaba dulce y suavemente mi piel. Como mis cabellos, largos y oscuros, flotaban en el agua como si tuvieran vida propia, y danzaran con el canto de los pájaros. Aquella era una estampa preciosa. La belleza de aquel lugar no tenia comparación con nada de lo que hubiera visto con anterioridad. Era el paraíso.

Cuando el sol estaba en lo más alto del cielo, y los rayos llegaban hasta mí por entre los árboles, decidí que era hora de regresar a la aldea. Había pasado toda la mañana en mi paraíso, soñando cosas inimaginables y contemplando la naturaleza en todo su esplendor. Tampoco quería que mi gente se preocupara, ni pensara que me había raptado el demonio de aquellas tierras para torturarme. Demonio qué, por cierto, no llegué a ver durante mi larga estancia en aquel lugar.

Al llegar a mi hogar, mi madre ya había preparado la comida. Tocaba pescado, como la mayoría de las veces. Deseé terminar pronto de comer y de ayudar a mi madre a las faenas que nos correspondían como mujeres para regresar al mágico lugar de la cascada. Aquel día terminé todo tan deprisa que incluso mi madre se sorprendió.


Regresé a aquel mágico lugar tan rápido que pareciera que había recorrido sus senderos durante toda una vida. Volví a ver aquella hermosa cascada, con sus aguas translucidas. Me quité los pequeños harapos que llevaba puestos como ropa, y dejé totalmente al descubierto mi cuerpo, aún joven.

Me introducía lentamente en sus aguas mientras, con mis manos, iba acariciando la superficie, haciendo hondas por el paso de mi cuerpo entre ellas. Me dirigí hacía la cascada, y me coloqué justo debajo de ella, dejando que sus turbulentas aguas cayeran fuertemente sobre mi piel, sobre mi cuerpo. Me gustaba esa sensación.

Mientras estaba totalmente sumergida en mis profundos sueños, noté como sí alguien me observara por entre los árboles. Miré, pero no vi nada, así que me volví de cara a la cascada. De repente, una extraña sensación de pánico y terror recorrieron todo mi cuerpo cuando, al escuchar el alboroto de las hojas de los árboles chocando unas con otras, me arrodeé y vi como éstos se agitaban fuertemente como si algún animal gigantesco corriera de un lado a otro, rodeando el hermoso lago, pero siempre escondido por los matorrales. Sentí pánico, terror, un deseo irrefrenable de huir.

Salí rápidamente del agua, y me puse mis ropajes. En ese momento, el alboroto cesó. Me sentí más tranquila, pero seguía muy asustada por si volvía a producirse. Me dejé caer en el suelo, sentada con las rodillas dobladas y me tapé la cara, para tranquilizarme un poco.

Al cabo de un rato, alcé la vista, con las manos aún en la cara, y por entre mis dedos pude ver una hermosa silueta, situada en frente de mí, al otro lado del lago, que me miraba con un aire tranquilo y sonrisa en la cara.

Volví a asustarme y, tan rápido como pude, me levanté del suelo, sin dejar de mirarlo. Era un ser extraño, pero a la misma vez hermoso. Su tez blanquecina, sus cabellos dorados, sus ojos rojos, su torso desnudo…todo ello me hacía asombrarme aún más. La perfección con la que estaba tallado su cuerpo, su rostro.

Él no dejaba de mirarme, pero no se movía. No reflejaba ningún indicio de maldad en su expresión, pero aún así, la perfección que poseía me asustaba.
- ¿Quién eres?- Dije muy asustada por la respuesta que podría proporcionarme.

- Mi nombre es Morfeo- Me contestó con aire sereno.

Entonces me dí cuenta que su voz era también una melodía agradable para mis oídos. Tenía la voz más dulce y cautivadora que haya podido escuchar, solo con su voz hubiera podido seducir a cualquier mujer del lugar.

En esos momentos pensé que, tal vez, éste extraño ser fuese el supuesto demonio del que todos hablaban, al que todos temían. Pero para mis ojos, más que un demonio parecía un ángel, un Dios. Su belleza, sus rasgos fuertes y su expresión serena, todo era digno de un Dios y no de un enemigo de éste. Quedé maravillada ante su presencia.

-¿Eres tú al que todos llaman demonio?- Dije, sin apartar ni un segundo la mirada de su expresión. Y sinceramente, pensé que mi pregunta le incomodaría o en distinto caso, le haría enfurecer, pero no presentó signos ni de lo uno ni de lo otro.

-Un demonio para algunos…-Contestó. Y en menos de lo que tarda un humano en parpadear, el ser extraño ya no estaba en frente de mí, sino a mi espalda, agarrándome por la cintura con la mano izquierda y cogiendo mi mano derecha con la suya. Y continúo susurrándome en el oído- …y un ángel para otros.-

Me quedé petrificada al notar el contacto de mi piel con la suya, tan fría y tersa como el hielo. Y su olor…era un olor tan agradable que parecía que no pudiera huir de él.

Agarrando mi mano derecha con la suya, alzó ambas al aire y dejó que un rayo de luz solar las rozara, dejando ver el hermoso color de su piel, que brillaba alegremente como si tuviera miles de diminutos diamantes incrustados en ésta. Mi tez morena hacía resaltar aún más su translucida piel y ese brillo cegador. Y mientras me enseñaba todo esto, volvió a susurrarme.

-¿Qué creéis vos que soy?... ¿Un ángel?... ¿Un demonio?-

Su pregunta me asombró y, en realidad no tenía la respuesta. Giré un poco mi cara hasta encontrarme de frente con su rostro, a tan sólo unos centímetros del mío, y vi sus enormes ojos rojos, como el fuego que ardía en ellos. Volví a girar mi cabeza para contemplar de nuevo su piel.

-No sé que sois, pero me asustáis- Dije con la voz entrecortada.- Vuestra perfección no tiene nombre, ese brillo de vuestra piel es sobrenatural. Vuestra voz, vuestro rostro, vuestro cuerpo…Nada parece real.

-Pero vos me estáis tocando. ¿No creéis entonces que lo que tocáis debe ser real?- Me susurró de nuevo al oído.- En cambio, los Dioses y los Demonios no son algo que la gente haya podido tocar y aún así creéis que son reales.-

No supe que contestar a esas frases. El extraño ser me dejó desconcertada y, en realidad, llevaba toda la razón. Debía de ser real puesto que podía tocarlo. Era real. Pero, ¿qué extraño ser era?.

-¿Qué sois en realidad?- Pregunté sin dudarlo, a pesar de mi temor.

- Soy un condenado- Me contestó.

-¿Un condenado?- Seguí con mis preguntas- ¿Y qué delito habéis cometido para que os condenen?

-Mi delito fue nacer. Estoy condenado a vagar por este mundo por toda la eternidad. Sin poder dormir, sin poder comer, sólo alimentándome de la sangre de aquellos que osan meterse en mi camino. Sí, soy al que vosotros llamáis demonio.- Me confesó, y eso me hizo sentir aún más miedo.

-No entiendo nada- Dije con las lágrimas cayéndome por las mejillas.

-No te preocupes, querida mía, yo haré que lo entiendas todo…-

En ese momento sentí como sus afilados dientes rompían la fina capa que era mi piel, y penetraban dentro de mi cuerpo como cuchillos en mi cuello. Intenté luchar, pero me era imposible. Su fuerza era enorme y no podía mover ni uno sólo de mis músculos para luchar por mi vida. Entonces sentía como la sangre iba abandonando mi cuerpo, y alguna sustancia procedente de dicho ser, iba entrando dentro de mí, y quemando todo lo que encontraba a su paso. Me ardía el cuerpo, era insoportable.

Mi asesino me dejó caer en el suelo, cerca de la orilla del lago, y durante un instante se quedó observando como me retorcía de dolor.

-Serás una mujer vampiro muy hermosa. Y lo siento, querida mía, pero desde ahora harás el viaje sola. Yo te abrí las puertas ha las respuestas que buscabas, ahora deberás ser tu quién las encuentres.- Me dijo mientras se marchaba lentamente, dejándome allí tirada en suelo, retorciéndome.

Durante varios días estuve sufriendo ese insoportable dolor. Deseé la muerte miles de veces y sinceramente no entendía porqué no me llegaba. Le hice suplicas a todos los Dioses existentes en mis costumbres, pero allí no sucedía nada. No me moría a pesar del dolor, del sufrimiento.

Al pasar algunos días allí tirada, sufriendo como nunca lo había hecho, perdí el conocimiento. Cuando me desperté, no había rastro alguno de aquel dolor insoportable. Me sentía bien.

Entonces vino a mi garganta una sensación extraña. Me ardía. Sentí el deseo irrefrenable de beber algo. Me acerqué a la orilla del pequeño pero hermoso lago y tomé en mis manos una pequeña cantidad de agua, que llevé a la boca desesperadamente. Pero, al rozar el agua mis labios, e introducirla en mi boca, sentía como me recorría la garganta hasta llegar al estómago.

El agua, tan dulce y fría como la había notado antes de que aquel extraño ser mordiera mi piel, ahora quemaba mi cuerpo conforme iba recorriéndolo. Era insoportable. Y ni la sed, ni la quemazón, desaparecieron.

Me levanté de allí, y empecé a observar todo lo que me rodeaba.

Todo era distinto a mí alrededor. Podía escuchar el canto de los flamencos que se encontraban a kilómetros y kilómetros de distancia. Y ver hasta el más mínimo detalle de la piel de un mosquito. Podía sentir incluso, el latir de los corazones de las mariposas, y no sé porque, éste me atraía considerablemente.

Entonces pude escuchar entre los árboles como una víbora se arrastraba por el suelo, y su pequeño corazón me hacía una invitación a que la probara, a que probara su sangre.

Observé por un instante la piel de aquel animal, y podía ver en ella incluso los pequeños restos de arena que se habían quedado incrustados entre sus pequeñas escamas.

Me acerqué despacio a ella, y pude comprobar que no era consciente de que nadie la seguía, pues no puso posición de ataque. Las víboras detectan a sus enemigos por el calor de su cuerpo, y ahora mi cuerpo no emanaba ninguna especie de calor. La cogí rápidamente con mis nuevas y habilidosas manos por la parte baja de su cabeza, y sentí como deseaba morderme. Y lo hizo. La víbora se me tiró a la mejilla y me mordió, pero solo sentí como un leve pellizco en mi piel. Toqué la herida que me había hecho, y pude comprobar como ésta iba cicatrizando poco a poco, hasta llegar al punto de no tener la menor marca.

Entonces le retorcí el cuello al indefenso invertebrado, y cuando empezó a salir su extraña sangre a borbotones, me aferré a ella cuál león a su presa. Bebí de ella toda la sangre que su cuerpo, hasta que solo quedaba su piel desnutrida y colgante.

Después de alimentarme, decidí regresar al lago. Quería ver como era mi rostro en el reflejo del agua. Si me parecía a mi conversor, o no.

Cuando llegué al lago, pude ver una hermosa figura en sus aguas. Ahora ya no era la misma. Mi cabello seguía siendo tan oscuro como la noche, pero mis ojos ya no eran negros, sino que habían pasado a un color rojo intenso. Y mi piel ya no tenía esa tez morena que el sol había intensificado, sino que era más clara, no tanto como la de mi creador, pero considerablemente más clara. Casi translucida. Y mi belleza era algo sobrenatural. Me gustó ver mi nuevo aspecto.

Vi entonces, que el sol aún dejaba algunos rayos de luz colar entre los árboles, así que me dirigí a ellos y volví a ver ese brillo de diamantes en mi piel, al igual que lo había visto en la de mi conversor. Morfeo.

Ahora era yo quién parecía una Diosa.

En esos momentos supe que ya no podría regresar con mi gente, con mi familia. Así que me decidí a buscar a gente como yo, con quién pudiera ser como era ahora, con quién no tuviera que esconderme.
Y corrí a buscar mi propio aquelarre.


Escrito por Zafrii

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