Bueno, hace mucho que no actualizo asi que hoy me he decidido. Y lo haré con el principio de una historia que aún no he acabado.Aún tengo que arreglar algunas cositas hasta dejarla terminada. El título aún no es definitivo, puesto que no tengo idea de como llamarla. Espero que os guste y que comenteis. Bss.

PRIMERA PARTE
El amor es algo que todo el mundo siente. Amor a la familia, los amigos, la riqueza. Pero no todo el mundo lo ve de la misma manera.
La historia que voy a contarles es sobre el amor a la guerra, el odio y la destrucción. Es leyenda y realidad.

Hace mas de tres mil años, cuando el Dios católico de la época actual aún no se había decidido a bajar a la tierra con forma humana, existía un rey fuerte y poderoso. Tan poderoso que tenía a miles de soldados dispuestos a dejar su vida por él. En gran parte se le creía un Dios de tantos que, por aquel entonces, se veneraban en muchas tierras. Dioses de los que hoy ni siquiera se saben sus nombres. Nadie sabía la procedencia de dicho “Dios”. Las gentes que lo veneraban comentaban entre ellos que había bajado de los cielos, en nombre del Dios Tahj, Dios de la guerra, dispuesto a mejorar y santificar este mundo a cambio de unos sacrificios humanos. Su nombre era Kouros.

Kouros iba y venia de lugares inmensamente hermosos, de pueblos ricos a pobres, llevando el caos y la destrucción de todo aquello que encontraba en su paso. Era el líder de muchos pueblos antiguos. Mataba sin piedad a mujeres y niños y a cualquiera que intentase impedirlo. Sus manos estaban manchadas de sangre humana. No sentía remordimiento alguno, ni tristeza, ni piedad. Disfrutaba matando. Al saquear un pueblo, matar a los niños y violar a las mujeres, esclavizaba a los hombres y les obligaba a seguir sus pasos. Todo aquel que se negara, tenía sus minutos contados. Era el mejor ejemplo de maldad, sufrimiento y caos.

No temía a nadie. Los Dioses celestiales que todo lo observaban no eran más que falsas historias para él. Él era su mismo Dios y realizaba todo aquello que creía conveniente en su tierra.

A su lado, siempre se encontraba la mujer más hermosa de todos sus reinos: Dánae. Era una mujer joven llena de sabiduría y gracia. No le gustaba nada de lo que su compañero, Kouros, estaba haciendo en los distintos pueblos, pero no le quedaba mas remedio que callar si no queria ser ella tambien presa de su ira. Dánae ayudaba a los hombres heridos y a algunas de las mujeres que Kouros dejaba con vida para hacerlas sirvientas de sus soldados. Era el vivo ejemplo de la fuerza interior y la bondad.

En alguna ocasión Dánae se revelaba contra Kouros, haciendole saber todo el mal que estaba causando, pero éste la encerraba y la maltrataba hasta que ella decía cambiar de opinión.

- Serán los Dioses celestiales quienes te hagan pagar por todo el daño que estás cometiendo, Kouros. Y entonces ni siquiera tus valientes soldados podrán ayudarte.- Le decía Dánae en sus largas disputas.

- No hay dioses que puedan enfrentarse a mi poder, mujer. No existen tales Dioses. Tu y tus creencias. ¿No crees que si existieran los Dioses que tanto veneras ya habrían hecho algo para acabar con mi misión?.- Contestaba Kouros en un tono agresivo.

- Ellos esperan que tu mismo seas capaz de ver las cosas por otro camino. Esperan que cambies tu manera de pensar y que corrijas tus errores.- Proseguía Dánae.- Por favor, Kouros, deja ya ésta guerra contra la humanidad que traes entre manos.

-Ja, ja, ja.- Reía Kouros.- ¿Quién te crees que eres, mujer, para pedirme una cosa semejante? ¿En realidad piensas que haré aquello que me diga una simple y vulgar mujer? No vales nada para mí, eres igual que cualquiera de ellas a las que he matado con mis propias manos después de violarlas.

Dánae sufría por Kouros y sus horribles palabras, pues ella lo amaba en profundidad. Lloraba durante las largas noches en que Kouros no estaba, pero no dejaba ver aquella pizca de tristeza que emanaba de su rostro. Tenia mucha fuerza y era la única capaz de aguantar el castigo de su compañero con dignidad, y la única en decirle aquello que pensaba sin temer su ira.

Mientras, en los cielos, los Dioses lo observaban todo, esperando alguna respuesta positiva por parte de Kouros, el cuál no tenía pensado hacer nada de lo que Dánae le proponía. Éstos se sentían indignados.

Una noche como otra cualquiera, Dánae se encontraba en el lecho, esperando a su compañero, pues ella siempre lo esperaba para irse a dormir, aunque a veces no apareciera en la larga noche. Ella sentía dolor por si esa noche tampoco hacia acto de presencia, por lo que decidió dar un paseo por los alrededores para tomar el aire fresco de la noche invernal. Mientras caminaba tranquilamente, empezó a escuchar unos gritos y alaridos procedentes de un acantilado, cerda del desfiladero, por lo que se acercó temerosa para observar que ocurría.

Caminaba lenta y firmemente hacia el lugar de donde procedían dichos gritos, escondida entre los árboles frondosos, cuando vio a Kouros. Estaba con una joven mujer que tenía en brazos un pequeño bulto liado en mantas, lo cuál supuso que sería su bebé. Kouros tenía agarrada a la mujer por la cabellera y la golpeaba fuertemente. La mujer gritaba y gritaba mientras protegía con su vida a su hijo.

- ¡Te mataré si no me das a ese niño!- Gritaba Kouros
- ¡Jamás! Él es mi vida igual que tu lo fuiste una noche.- Replicaba la mujer, llorando despavorida y agarrando fuertemente a su hijo.- ¡Él también es tu hijo!

Kouros le propinó un puñetazo a la mujer y volvió a levantarla del suelo por la cabellera.

- ¡No vuelvas a decir eso! – Le dijo hablándole al oído- Yo no tengo nada que ver con ese engendro tuyo.

El niño mientras tanto no paraba de chillar y llorar desconsoladamente. No entendía que estaba ocurriendo. Apenas tenia unos días de vida.

- ¿¡Tienes miedo de que alguien se entere de que me amaste y que hemos tenido un niño juntos?!- Continuaba la mujer.

Entonces Kouros la tiró al suelo, con el bebé en brazos y se acercó a ella despacio. La mujer empezó a sangrar por la nariz debido al golpe contra el suelo. Kouros le arrancó al bebé de sus brazos y lo dejó encima de una roca. A continuación se fue acercando a ella nuevamente y posó su gran pie en la cabeza de ésta haciendo presión contra la dura roca del suelo.

La mujer gritaba y lloraba despavorida. Kouros alzó el pie de su cabeza y volvió a agarrarla por la espesa melena, levantándola, mientras ella intentaba soltarse. Tenía a la mujer en vilo, sus pies no rozaban la roca. Kouros acercó su boca a la oreja de la mujer, casi rozándola y le susurró al oído.

- Yo nunca te amé.

Acto seguido, Kouros sacó una pequeña daga oculta en el cinturón y le rebanó el cuello. La mujer, aún consciente, intentaba pronunciar algunas palabras imposibles de comprender, debido a la sangre que se amontonaba en su boca. Kouros la dejó caer en el suelo, como si fuera un simple saco de semillas y la miró despreocupadamente durante unos segundos.

Al pasar un rato se volteó y posó su mirada en el bebé, situado encima de la roca. Con paso tranquilo, se dirigió hacia él, que lloraba intensamente, y lo cogió en sus brazos.

Con el pequeño humano en sus brazos, volvió al lugar dónde se encontraba la madre, tiraba en el suelo, agonizando de dolor.

- Dile adiós a tu mami, pequeño.

Lo besó en la frente y fue hacia la linde del acantilado, dónde lo arrojó provocándole así la muerte ante los ojos de su madre, que moría desangrada.

Dánae no podía creer aquello que estaban viendo sus ojos. ¿Qué clase de monstruo era aquel que mataba a sus descendientes? Conocía la maldad de su compañero, pero nunca la había presenciado hasta entonces. Las lágrimas empezaron a brotar de su rostro como una cascada agonizante de sufrimiento. Salió a correr, con la cara empapada en lágrimas, y se dirigió hacia el templo dónde solía ir para rezarles a sus Dioses. El templo de Yahir.

Una vez dentro, en el gran templo vacío, comenzó a llorar y gritar. Cayó al suelo. Arrastró su cuerpo hasta quedar frente a la estatua de Yahir y comenzó con sus suplicas.

- ¡¡Yahir!! – Gritaba entre llantos.- ¿¡Porqué dejas que exista un ser tan despreciable?! ¿¡Porque dejas que mi corazón pertenezca a alguien como él?! ¡No lo soporto más! – Y se quedó tirada en el suelo, tapándose la cabeza con sus manos mientras seguía llorando, sin esperar respuesta alguna de sus Dioses.

Entonces, sin esperarlo, una luz bajo del cielo en forma de ángel. Su materia no estaba constituida por la carne y el hueso humanos, sino que formaba parte de algo inmaterial pero visible a nuestros ojos. Tenía un rostro hermoso y delicado; sus cabellos rubios y ondulados caían sobre sus hombros y sus ojos azules expresaban esperanza y amor.

Dánae alzó la mirada para contemplar a aquel ser del que emanaba aquella acogedora luz, y lo miró estupefacta. No tenia palabras, no sabía qué estaba sucediendo, ni que era aquel ser, pero tampoco se atrevió a preguntar. Entonces el hermoso ser se acercó lentamente a ella y la acarició con sus delicadas manos.

- Dánae, no te preocupes.- Dijo el extraño ser.- Soy Adonis, mensajero de los Dioses en la Tierra. He venido para ayudarte. Los Dioses de los Cielos hemos estado escuchando tus suplicas, pero temíamos por ti si hacíamos algo. Nos serás de gran ayuda en la lucha contra Kouros.

Dánae, perpleja por el contacto de dicho ser y por la dulce voz que emanaba de sus cuerdas vocales, no sabía qué decir. Por lo que Adonis prosiguió.

- No temas. Será fácil. Y te aseguro que Kouros cesará en su lucha.
- Pero, ¿qué debo hacer?- Consiguió decir Dánae.
- No tienes que hacer nada, Dánae. Los Dioses harán que tu cuerpo fértil contenga un arma muy poderosa. Pero después de que Kouros sea destruido, esa arma deberá serlo también.
- Estoy dispuesta a dar lo que sea. No me importaría dar mi vida por que esto acabe.
- Tranquila, no será necesario. Sólo espera que tu arma llegue. Y vuelve al lado de Kouros.- Decía Adonis mientras se alejaba y difuminaba lentamente, convirtiéndose en la hermosa y pequeña luz que había sido al aparecer, para después desaparecer de la estancia.

Dánae se quedó mirando la figura de Yahir, dándole las gracias en silencio por escuchar sus suplicas y regresó al lecho dónde debía de haber estado cuando Kouros llegó.

- ¿Dónde has estado?.- Le preguntó éste al verla aparecer.
- Estuve en el templo de Yahir, orando.- Contestó Dánae.
- ¡Debías estar aquí cuando yo llegara!- Gritó mientras la agarraba fuertemente de un brazo y le propinaba un guantazo en la mejilla.

Le quitó la ropa y empezó a darle golpes con una vara. Dánae no se quejó ni un instante. Aguantó los palos con toda la fuerza que tenía. En su interior sólo tenía un pensamiento “Pronto seré yo quién acabe contigo por lo que estás haciendo”.

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